Eran las seis de la mañana y ya el calor empezaba a empujar desde las paredes. No había electricidad, el ventilador llevaba horas muerto y el café —ese primer salvavidas del cubano— no podía colarse. En la esquina, una vecina gritaba desde su balcón: “¡Oyeeee, volvió la corriente allá arriba!”. Pero no, fue falsa alarma. Así amaneció hoy medio país, con el 44 % del sistema eléctrico fuera de servicio, según la Unión Eléctrica de Cuba (UNE).Casi la mitad de Cuba sin luz.Otra vez.

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El país entero en modo apagón
La crisis eléctrica en Cuba ya no es noticia: es rutina. Pero lo de este domingo tiene otro sabor. A la falta de combustible y a las averías crónicas, se sumaron los daños del huracán Melissa, que dejó tras de sí no solo techos volando, sino también torres caídas y líneas partidas como si fueran palillos.
Según el parte oficial de la UNE, a las 6:00 de la mañana la disponibilidad del sistema eléctrico nacional era de apenas 1327 megavatios, frente a una demanda de 1790. Traducido al idioma del pueblo: no hay corriente pa’ todos. Por el oriente, la cosa está peor. Desde Las Tunas hasta Guantánamo, la afectación supera los 560 megavatios. Calles enteras de Santiago y Holguín llevan más de 24 horas a oscuras. En los grupos de Telegram, la gente comparte mapas de apagones, memes, y hasta canciones nuevas: “Melissa vino, sopló y apagó el país”.
Entre promesas y velas derretidas
En Mayarí, una señora contaba esta madrugada: “Anoche me dormí con el teléfono alumbrando, se me apagó en la cara. Cuando abrí los ojos, el gallo cantó y la corriente seguía perdida. Ya ni protesto. Solo me río pa’ no llorar”.
Mientras tanto, la UNE repite su frase favorita: “Se trabaja de manera ininterrumpida para recuperar las unidades”. Y uno se pregunta: ¿ininterrumpida cómo?. Si las plantas siguen paradas, el combustible sigue en falta y el sistema parece más parchado que el zapato de un mecánico.
Las centrales térmicas fuera de servicio son casi un álbum de viejos conocidos: la unidad 2 de Felton, la 5 de Diez de Octubre, la 2 de Santa Cruz, la 4 de Céspedes. Las mismas que se apagan, se arreglan y vuelven a caerse como si tuvieran vida propia.

Casi un país completo en modo ahorro (forzoso)
El cálculo es cruel: 1272 megavatios de déficit en el pico nocturno del sábado, y para hoy la UNE espera una afectación que puede superar los 1100 megavatios. En palabras simples, el 44 % del país sin electricidad.
En redes, algunos usuarios desde Camagüey y Granma dicen que ya bautizaron los cortes con nombres: “apagón económico”, “apagón ideológico” y “apagón espiritual”.
Una joven desde Santiago escribió en X (antes Twitter):
“La UNE dice que están trabajando 24/7. Yo creo que lo que trabajan 24/7 son los mosquitos”.
La ironía se ha vuelto el único refugio. Y mientras el gobierno insiste en hablar de “estabilidad paulatina”, la realidad muestra lo contrario: hornillas apagadas, escuelas sin clases por calor, hospitales con plantas eléctricas saturadas y familias enteras cocinando con velas.
El parche solar: una esperanza que aún no alcanza
El reporte oficial intenta ofrecer una luz —literalmente— en medio del apagón: los 21 nuevos parques solares fotovoltaicos que entraron en funcionamiento este año aportaron 1690 megavatios hora. Un avance, sí, pero todavía insuficiente para cubrir los huecos que dejan las termoeléctricas en ruinas.
A mediodía, la UNE anunció el arranque de la unidad 1 de Felton, que podría sumar unos 200 megavatios, aunque el pronóstico del pico nocturno sigue siendo sombrío: una demanda estimada de 2600 megavatios frente a solo 1527 disponibles. Es decir, aunque salga el sol, ni el astro rey alcanza para alumbrar todo el país.

La vida a oscuras: el otro rostro del déficit
Vivir en Cuba hoy es aprender a calcular el tiempo entre apagón y apagón. Se cocina rápido, se carga el teléfono con ansias, y se duerme con un ojo abierto esperando el zumbido bendito del refrigerador.
En Centro Habana, los vecinos se pasan las noches en el portal, con un radio de pilas contando las horas. En Matanzas, las madres apagan los ventiladores de los niños para que al menos el arroz termine de hacerse. En La Lisa, los ancianos juegan dominó a la luz de una linterna.
Y mientras tanto, la diáspora cubana mira desde Miami o Hialeah con un nudo en la garganta. “Aquí uno paga la factura y se queja si se va la luz 10 minutos”, dice Ernesto, ex ingeniero eléctrico en Cuba, que ahora trabaja en una compañía solar en Florida. “Allá, mis viejos se pasan noches enteras sin corriente. Es un círculo sin fin”.
Cuando el apagón ya no es noticia, sino estilo de vida
Lo más alarmante no es el apagón, sino la normalización del apagón. Esa resignación colectiva de un pueblo que ya organiza su vida según el horario de la corriente. Las fiestas se hacen temprano “por si acaso se va la luz”. Los estudiantes cargan los móviles en casa de un amigo que tiene planta. Las bodegas no pueden usar refrigeradores. Y el carretillero, cuando el calor le derrite la mantequilla, solo dice: “Esto se acabó, mi hermano. Ni el queso aguanta Cuba”.
La electricidad se ha vuelto más que un servicio: es símbolo de dignidad, de progreso, de esperanza. Y cuando falta, lo que se apaga no es solo una bombilla: se apaga el ánimo del país.
La visión de AKubaa: la chispa que aún no logran apagar
Desde AKubaa lo decimos claro: la crisis energética cubana no es un fenómeno natural, es el resultado de una estructura obsoleta que no ha querido reinventarse.
El gobierno habla de autosuficiencia energética, pero sigue dependiendo del petróleo importado y de un sistema industrial envejecido. Mientras tanto, los jóvenes ingenieros que podrían cambiar ese destino emigran a México, España o Miami, buscando donde su talento no dependa de una planta rota.
El huracán Melissa no es la causa del apagón, solo el recordatorio brutal de una fragilidad que lleva años gestándose. Y aunque el pueblo aguante —porque el cubano aguanta— también está aprendiendo a decir basta. En cada barrio, en cada grupo de WhatsApp, en cada conversación al filo de la noche, hay una chispa que no se apaga: la de la inconformidad.
Lo que la gente comenta
En Telegram, un usuario escribió:
“La UNE promete que hoy mejora. Mi hija me preguntó: ‘¿y si la corriente no vuelve, mami?’ y yo le dije: ‘tranquila, la esperanza no necesita enchufe’”.
Esa frase resume todo. El pueblo sigue resistiendo, con humor, con dolor y con ese espíritu inventivo que convierte una linterna en lámpara y una olla en salvación. Pero no hay romanticismo que valga cuando se trata de derechos básicos. La electricidad no es lujo: es vida, salud, educación, comunicación.
Entre sombras y promesas
A esta hora, mientras escribo, dicen que algunas plantas están arrancando y que el sistema eléctrico nacional empieza a estabilizarse “gradualmente”. Ojalá. Pero los cubanos sabemos leer entre líneas: cuando dicen “gradualmente”, puede significar una semana o un mes.
Y aunque mañana anuncien que “mejoró el servicio”, todos sabemos que en cualquier momento volverá la oscuridad. Porque el problema no es técnico: es estructural, político, humano.
Un país que se niega a apagarse
Aun así, Cuba no se rinde. En los balcones siguen colgando bombillos de colores, en las esquinas se improvisan guitarras, y el pueblo, a pesar de todo, sigue diciendo “esto tiene que cambiar”. Quizás el país esté a oscuras, pero la luz más fuerte es la que sigue dentro de la gente. Y esa, ni la UNE ni Melissa la pueden apagar.
¿Y tú, cómo estás viviendo los apagones?. ¿Crees que el sistema eléctrico cubano tiene arreglo o ya llegó a su punto de no retorno?. Únete a la conversación en www.akubaa.com o en nuestras redes.

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