Hay series que te atrapan por efectos especiales o monstruos del “otro mundo”. Y luego está Intimidad, la producción española de Netflix que no necesitó portales al Upside Down ni luces parpadeantes para tumbar del trono a Stranger Things. Solo le bastó una historia real, incómoda y humana. De esas que duelen porque podrían pasarnos a cualquiera. Cuando me senté a verla, lo hice sin muchas expectativas. Pero desde los primeros minutos supe que no era una ficción más. Intimidad es una serie que te mira directo a los ojos y te dice: “esto también es terror, pero del que no se cura con una linterna ni una bici en los ochenta”.

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El fenómeno: 15,9 millones de razones
En solo dos días, Intimidad acumuló 15,9 millones de visualizaciones en Netflix. Sí, leíste bien: millones. Superó a Stranger Things en España y se coló entre las series más vistas en toda Latinoamérica, incluyendo México, Colombia y Argentina.
Y no se trata solo de números, sino de impacto. Mientras en Estados Unidos el monstruo de Hawkins seguía devorando pantallas, en Bilbao —donde se desarrolla la trama de Intimidad— millones de mujeres se vieron reflejadas en el rostro de Malen Zubiri, interpretada magistralmente por Itziar Ituño (la misma inspectora Murillo de La Casa de Papel). Malen es una política en ascenso que ve su vida volar en pedazos tras la filtración de un video sexual. Lo que sigue es un descenso al infierno mediático, judicial y emocional. Pero también, un ascenso hacia la dignidad.
La serie que cambió el espejo
En Cuba solemos decir que “la ropa sucia se lava en casa”, pero en esta historia el lavado es público y cruel. Y ahí está la genialidad de Intimidad: nos recuerda que la humillación digital no distingue fronteras. He visto escenas de la serie que parecen calcadas de historias que circulan en grupos de WhatsApp habaneros, o en páginas anónimas que publican videos sin consentimiento, buscando linchar a alguien. Solo que en España hay jueces, y en Cuba, silencio.
Una amiga en Hialeah, al ver la serie, me escribió:
“Asere, esto es lo que le pasa a medio mundo aquí también, solo que lo maquillan con filtros de Instagram.”
Y tenía razón. Vivimos en tiempos donde la intimidad se volvió moneda, donde los errores se hacen virales y las víctimas se convierten en trending topic. Intimidad no solo cuenta una historia; nos enfrenta al espejo roto del mundo digital.
Una historia que duele, pero sana
En paralelo a la caída pública de Malen, la serie nos presenta a Ane (Verónica Echegui), una joven obrera que decide quitarse la vida tras una experiencia similar. Su hermana, Begoña (Patricia López Arnaiz), comienza una cruzada por justicia. Y en medio de ambas historias aparece Alicia, una inspectora de policía interpretada por Ana Wagener, que carga con su propio pasado.
El guion, creado por Verónica Fernández y Laura Sarmiento, no cae en el morbo. Al contrario: lo destruye. Cada diálogo es una bofetada elegante a la cultura del “qué dirán”. Hay una escena —la recordarás si ya la viste— donde Malen le pregunta a su esposo si todavía la ve como antes. Y él, con esa mezcla de dolor y cobardía que conocemos bien los latinos, responde: “No lo sé”. Esa línea vale más que mil discursos feministas.
El poder de la vergüenza pública
En Cuba, donde la privacidad es casi un lujo, esta serie tiene una resonancia particular. Porque la vergüenza pública es un arma que el poder ha sabido usar siempre. Desde el escarnio político hasta el chisme del barrio, todo se resume en controlar el relato.
Lo mismo pasa con las redes: un video íntimo se convierte en sentencia. Intimidad desnuda ese sistema cruel que convierte la exposición en entretenimiento. Y es aquí donde la serie toca una fibra universal. En un mundo donde todos quieren tener voz, pocos saben el costo de ser escuchados.
Un usuario en X (antes Twitter) lo resumió perfecto:
“Lo más aterrador de Intimidad no es la filtración, es ver cuánta gente disfruta del daño ajeno.”
Del País Vasco a la diáspora
Desde que Netflix decidió producir más contenido en español, hemos visto joyas como La Casa de Papel, Élite o Entrevías. Pero Intimidad es otra cosa. No busca entretenerte: busca incomodarte. En Miami, donde la comunidad cubana vive entre pantallas, series y realities, esta producción ha tenido eco. Hay quienes la ven como una advertencia sobre el poder de las redes; otros como una oportunidad para repensar el respeto digital.
Una seguidora de AKubaa desde Tampa me escribió:
“Vi Intimidad con mi hija de 15 años. Terminamos llorando y hablando de consentimiento, de redes, de dignidad. No es solo una serie, es una conversación que hacía falta.”
Y ese, quizás, sea su mayor logro: convertir el entretenimiento en diálogo social.
El éxito que no se mide en “views”
Sí, los números impresionan: 15,9 millones de visualizaciones, top 4 global, millones de menciones en redes. Pero lo que hace poderosa a Intimidad no son sus cifras, sino las conversaciones que provoca. Netflix la definió como una serie “reivindicativa y necesaria”, pero los espectadores la transformaron en algo más: una catarsis colectiva. Porque todos, en algún momento, hemos sentido el miedo a que alguien use nuestra historia sin permiso. Y en ese sentido, Intimidad es política, feminista y profundamente humana.
La visión desde AKubaa: cuando el silencio se convierte en poder
Desde AKubaa, no puedo evitar leer esta historia como un reflejo del Caribe digital de hoy. En Cuba, las redes se han convertido en una plaza pública donde se mezclan el activismo, el chisme y la denuncia. Pero el respeto a la privacidad sigue siendo una asignatura pendiente.
La serie nos recuerda que la libertad digital también tiene fronteras emocionales. Y que el silencio no siempre es cobardía: a veces, es resistencia.Quizás por eso Intimidad conecta tanto con el público cubano dentro y fuera de la Isla. Porque somos un pueblo que entiende lo que es vivir bajo la mirada constante: del Estado, del vecino, del extranjero. Y sin embargo, seguimos contando nuestras historias, sin filtros.
¿Y tú, hasta dónde compartirías tu intimidad?
Después de ver Intimidad, uno queda con más preguntas que respuestas.
¿Hasta qué punto nuestras vidas son realmente nuestras?
¿Quién tiene derecho a contar lo que callamos?
¿Vale la pena vivir expuestos por likes, o es momento de recuperar el valor del silencio?
Lo que está claro es que Intimidad no es solo una serie: es un espejo donde muchos no quieren mirarse, pero todos deberían hacerlo. Así que si todavía no la viste, hazte un favor: busca un rincón tranquilo, apaga las notificaciones y prepárate para una historia que no se ve… se siente. Porque en tiempos donde todo se publica, la verdadera rebeldía es proteger tu historia.
📢 ¿La viste?. ¿Qué opinas? .Cuéntame en los comentarios o en nuestras redes qué te dejó Intimidad.
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