Lo confieso: pocas veces un silencio ha dicho tanto como el de aquella noche en la Fábrica de Arte Cubano (FAC). Una silla vacía, una luz enfocada sobre ella y un eco invisible que llenó la sala con algo más poderoso que cualquier palabra: la ausencia de Celia Cruz, la voz que el poder nunca pudo apagar.

¿Quieres anunciarte en A&K y no sabes como ?. Clic en la imagen y lleva tu negocio al siguiente nivel.
Era el 20 de octubre, Día de la Cultura Nacional en Cuba. El mismo día en que debió presentarse el espectáculo “Celia”, dirigido por Carlos Díaz y escrito por Norge Espinosa, fue el día en que la censura volvió a levantar su muralla. Pero la FAC no se quedó callada: convirtió la ausencia en símbolo, el silencio en protesta, y una simple butaca en monumento.
El arte como acto de resistencia
Yo vi las imágenes: una butaca iluminada en el escenario, un público en calma, y luego, tras una hora muda, el sonido de “La vida es un carnaval” retumbando entre los muros de hormigón. Fue una de esas escenas que uno siente sin necesidad de estar allí. Porque cuando el arte es sincero, viaja por las redes, atraviesa fronteras y llega hasta nosotros, los que vivimos lejos, en Miami, Hialeah, Tampa o Madrid, y seguimos conectados emocionalmente a cada gesto de resistencia que nace en la Isla.
La FAC, ese espacio que ha sido refugio de creatividad y rebeldía, convirtió la censura en una nueva forma de expresión. Y vaya ironía: en un país donde tantas veces se ordena el silencio, esta vez el silencio fue el grito.

Ya no hay tiempo para leer por eso ,«AKubaa sin filtro (podcast)» es para ti escucha ahora todas tus noticias mientras continúas haciendo todo.
“Celia vive” — y no lo dijo un cartel, lo dijo el pueblo
En sus redes, la institución publicó una imagen sencilla: una butaca vacía bajo un haz de luz, acompañada por dos palabras que bastaron para encender la conversación: “Celia vive.”
Bajo esa publicación, los comentarios se multiplicaron como una ola de memoria colectiva:
“¡Por fin alguien tuvo el valor!”
“Celia es Cuba, aunque Cuba la haya negado.”
“Esa silla representa a todos los artistas que callaron por miedo.”
Las redes sociales se llenaron de ese sentimiento que los cubanos conocemos bien: la nostalgia con coraje.
Porque Celia no solo fue una voz; fue una bandera sin permiso. Una mujer que desde el exilio —y con una guarachita entre los labios— desafió la idea de que amar a Cuba significa callar ante ella.
La sombra del veto
El Centro Nacional de Música Popular había ordenado cancelar la obra. No hubo explicación convincente, solo un comunicado escueto, lleno de esas frases burocráticas que ya todos sabemos descifrar: “no es el momento”, “no es conveniente”, “no cumple los requisitos”. Traducción: no conviene recordar a quien no se arrodilló.
Pero lo cierto es que el veto llegó demasiado tarde. La obra ya existía en la mente del público, y su espíritu se hizo más fuerte al ser prohibida. A veces —y esto lo hemos aprendido los cubanos dentro y fuera de la Isla— la censura se convierte en el mejor publicista del arte.
La musicógrafa Rosa Marquetti, autora de Celia en Cuba y Celia en el mundo, describió el momento con una precisión poética:
“Reinó el silencio absoluto hasta que un DJ puso su voz. Fue una obra de arte que no fue: una butaca, silencio y el arte de la resistencia.”
Y ahí está la palabra clave: resistencia.
El eco del pueblo
Mientras en La Habana una silla vacía hablaba más que mil discursos, en Miami el eco se sintió fuerte.
“¡Azúcar!” gritaban algunos frente a los televisores o en los grupos de WhatsApp cuando vieron las fotos.
Otros recordaban haber escuchado a Celia en los 90 por antenas clandestinas, o haber guardado casetes escondidos entre ropas viejas.
Yo crecí oyendo esa voz que te sacude el alma incluso cuando dice algo tan simple como “No hay que llorar”.
Y pienso que esa alegría rebelde es precisamente lo que molesta: Celia no lloró, Celia cantó. Y su canto aún incomoda porque viene desde un lugar donde el poder no tiene jurisdicción: la libertad.

Visita Mundovirtual y descubre más de este mundo tecnológico .
¿Por qué unos sí y otros no?
Esa fue la gran pregunta que quedó flotando tras el homenaje censurado y el otro, permitido, que ofreció la Orquesta Failde en la feria Arte en La Rampa. El mismo fin de semana, el grupo interpretó un popurrí con Bemba Colorá y La negra tiene tumbao ante un público que coreó con desenfado los temas de Celia.
Entonces, ¿por qué unos pueden y otros no?. ¿Por qué se permite a una orquesta estatal rendir tributo, pero se prohíbe a un grupo teatral hacerlo desde la independencia?.
Ahí está la esencia del dilema: no se trata de Celia, sino de quién la menciona. El poder teme a la autonomía más que a la crítica. Y eso es lo que hace que gestos como el de la FAC se vuelvan imprescindibles.
El arte no se censura, se transforma
Cada vez que se prohíbe una obra, surge otra más poderosa en su lugar. Así ha sido desde los tiempos del teatro bufo, del feeling, de los trovadores que cantaban en voz baja lo que el pueblo pensaba en voz alta. La silla vacía de la FAC ya no pertenece solo a un espectáculo; se ha convertido en un símbolo de todos los artistas silenciados.
Es la misma silla que ocupa el músico que se autocensura, el pintor que esconde su cuadro, el periodista que cambia una palabra para evitar problemas. Y también es la silla vacía en el alma de cada cubano que ha tenido que marcharse para poder ser.
Desde AKubaa, lo miramos con la claridad que da la distancia. Aquí, entre Miami y el resto del exilio, entendemos que la cultura no se limita a una frontera. Los cubanos crean desde donde estén: en un garaje en Hialeah, en una esquina de Madrid o en un estudio improvisado en Cancún. La libertad creativa no necesita permiso oficial; necesita valor.

La voz que no pudieron borrar
Celia Cruz nació en La Habana el 21 de octubre de 1925 y murió en Nueva Jersey, pero su espíritu sigue flotando sobre el Malecón, sobre los barrios donde todavía se baila son y se improvisa con alegría a pesar de todo. Su exclusión de los medios oficiales cubanos fue uno de los capítulos más tristes de nuestra historia cultural.
Pero, como todo lo que se intenta borrar, su figura terminó creciendo aún más.
Hoy, a cien años de su nacimiento, su legado brilla más fuerte que nunca. No solo como artista, sino como símbolo de una Cuba que no se deja domesticar. Y es que la censura puede clausurar un teatro, pero no puede apagar la memoria. Ni puede impedir que un DJ, con una laptop y un par de bocinas, devuelva al público la voz que los burócratas intentaron enterrar.
Una silla, un país y una pregunta
La noche del 20 de octubre, en aquella sala habanera, la FAC no solo homenajeó a Celia; también nos recordó algo más profundo: que el arte libre es el último espacio donde el cubano todavía puede decir lo que piensa sin hablar.
Esa silla vacía fue, al mismo tiempo, trono y protesta. Y al verla, muchos entendimos que el silencio también puede ser una forma de gritar. Desde AKubaa, lo decimos sin rodeos: Celia vive. Vive en la memoria, en la música, en el exilio y en cada cubano que se niega a aplaudir la censura. Pero también vive en las preguntas que todavía duelen:
¿Cuántas sillas más habrá que dejar vacías antes de que el arte pueda sentarse libremente en Cuba?

Recibe todas tus noticias actualizadas y más candentes, totalmente gratis ,solo has Clic y Unete a esta comunidad.
Te leo en los comentarios o en nuestras redes. Esto es AKubaa Sin Filtros, donde lo cubano se cuenta como es: con picante, con corazón y con calle.
Más en AKubaa
- Diana Fuentes y L’Kimii rompen la escena con ‘Muerto Contigo’: la canción que nadie vio venir.
- Una silla vacía habló por toda Cuba: la FAC le puso voz al silencio de Celia Cruz.
- “El fuego se llevó su carro, pero no su fe”: la historia del joven cubano que perdió su auto trabajando para Amazon y ahora lucha por no rendirse.
- De Cuba a Hialeah: el dominó se convierte en refugio en las colas por la licencia”
- “España, ¿te reconoces en el espejo?”: el día en que la política coqueteó con las deportaciones masivas
- “Vaca frita: el arte de convertir la res en poesía crujiente”