Dicen que Cuba es un país de contrastes, donde el tiempo parece detenerse… pero los sueños no. Donde los turistas buscan sol, ron y son, y los cubanos buscan sobrevivir un día más. Y justo ahí, entre esas dos realidades, aparece el testimonio de Sonia Giménez Baraja, una mujer española que no vino a la isla de paso, sino a construir algo en medio del caos.

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Yo la escuché decir una frase que me marcó: “Me gusta definirme como tabernera. Enseño a enamorar al cliente a través de la gastronomía.” Y entendí que, incluso en un país donde falta tanto, todavía hay quien cree que el servicio, la sonrisa y el detalle pueden ser una revolución silenciosa.
La española que apostó por Cuba cuando pocos lo harían
Sonia tiene 54 años, nació en Madrid pero dice sentirse vallisoletana de alma. Su acento lleva ese toque castellano que suena firme y cálido a la vez. Desde hace seis años vive en La Habana, donde trabaja coordinando alimentos y bebidas en 14 hoteles de una reconocida cadena internacional. No es una turista. Es una mujer que se levanta cada mañana a lidiar con proveedores que no siempre llegan, con cocinas que hacen magia con lo poco que hay, y con equipos de trabajo que —a pesar de los apagones— siguen creyendo en el oficio de servir bien.
Ella me contó que su vida en Cuba es exigente y cara, pero que aun así no se rinde.
“Aquí la gente tiene una energía especial. Con poco hacen mucho. Es imposible no contagiarte de esa fuerza”, dice mientras acaricia a sus dos perros en su apartamento habanero.
Sonia no vino a buscar playa ni salsa; vino a enseñar, a formar, a dejar una huella. Y eso, en el contexto actual del turismo en Cuba, tiene más valor que cualquier cifra.

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El turismo en crisis: la cara que pocos quieren mirar
Hablar de turismo en Cuba en 2025 es tocar un nervio sensible. Las estadísticas no mienten: los números de visitantes internacionales siguen lejos de los niveles de 2018, y los ingresos apenas alcanzan para mantener abiertos los hoteles más grandes.
Los aeropuertos lucen medio vacíos. Las calles de La Habana Vieja tienen más guías que turistas. Y los paladares —esos pequeños restaurantes privados que antes eran símbolo de esperanza— sobreviven entre apagones, inflación y la escasez de productos básicos.
Desde Miami o Madrid, muchos piensan que el turismo en la isla murió. Pero quienes están dentro, como Sonia, ven algo distinto.
“El escenario es complicado, pero ya se empiezan a ver brotes verdes. Si el país logra mantener la calidad y mejorar la atención, podríamos ver un repunte a finales de año”, asegura.
Lo dice sin euforia, pero con fe. Y eso, viniendo de una profesional con tres décadas de experiencia en hostelería y gastronomía, significa algo.

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¿Por qué podría llegar ese boom turístico?
Sonia no habla de milagros. Habla de estrategia. Los últimos meses han traído nuevas conexiones aéreas desde Europa, reapertura de cadenas internacionales y cierta estabilidad en la llegada de cruceros al puerto de La Habana.
Además, hay un factor emocional que pocos calculan: el turista europeo busca autenticidad, no perfección. Y en eso, Cuba sigue siendo inigualable. No hay otro país donde puedas desayunar frente al mar Caribe con un café fuerte servido por alguien que te llama “mi vida”, y cinco minutos después ver pasar un Chevrolet del 56 pintado de rosa.
Ese contraste —esa mezcla de nostalgia, belleza y resistencia— sigue siendo el mayor imán de la isla.
Y aunque los precios suben, la experiencia sigue teniendo alma.
Sonia lo resume mejor que nadie:
“La gente viene buscando verdad. Y eso en Cuba sobra. La verdad aquí no se maquilla.”
El pueblo cubano: anfitriones en medio del apagón
Pero mientras algunos hoteles se preparan para ese posible boom turístico, el cubano de a pie vive otra historia. Las cafeterías locales no tienen azúcar. Las casas de renta en Centro Habana apenas pueden garantizar agua corriente. Y los jóvenes, en lugar de aprender idiomas para recibir visitantes, están haciendo colas en embajadas para irse del país.
Una señora en el Malecón me dijo hace poco:
“Ojalá vengan turistas, mijo. Pero ojalá también dejen algo más que propinas.”
Esa es la voz que AKubaa escucha y amplifica: la de los que sostienen el país con las manos, los que cocinan, los que limpian habitaciones sin aire acondicionado, los que aún creen que cada visitante es una ventana abierta al mundo. Porque el turismo en Cuba no son los hoteles de cinco estrellas: es la sonrisa del cubano común. Y si ese sector se recupera, será gracias a ellos, no a los discursos.

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La mirada de AKubaa: esperanza con los pies en la tierra
Desde AKubaa lo decimos claro: Cuba podría vivir un repunte turístico, sí, pero no a cualquier precio.
Un verdadero boom turístico no se mide solo en cifras de llegadas, sino en impacto real en la vida de la gente.
Si los hoteles se llenan, pero los mercados siguen vacíos y los salarios no alcanzan, no hay desarrollo, hay espectáculo. Si los aviones llegan llenos, pero el país sigue apagado por falta de electricidad, el brillo no sirve de nada. El turismo debe ser motor, no maquillaje. Y eso es lo que hace valiosa la historia de Sonia Giménez Baraja: demuestra que aún hay profesionales extranjeros que creen en Cuba, que invierten tiempo y alma, que entienden que enseñar a servir también es enseñar a soñar.
Una España que se mezcla con el Caribe
Curiosamente, mientras en La Habana ella lucha por optimizar recursos, en Valladolid o Castronuño, su pueblo natal, las calles siguen esperándola.
“Siempre que puedo vuelvo para tocar tierra”, confiesa. “Allí me recargo.”
En su historia hay algo que une a muchos españoles, mexicanos y cubanos: la nostalgia por lo auténtico.
Muchos de los que hoy viven en Miami, Hialeah o Tampa recuerdan con cariño ese turismo de los 90, cuando los visitantes llenaban Varadero y los hoteles parecían nuevos. Hoy miran desde lejos, con esperanza y con duda, preguntándose si la isla volverá a brillar sin perder su esencia.

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¿Qué dicen los cubanos en la calle?
En redes sociales, la opinión se divide.
Algunos dicen:
“Boom turístico con los precios que hay… imposible.”
Otros responden:
“Si bajan las tarifas y mejoran el servicio, la gente vuelve. Cuba sigue siendo mágica.”
Y en medio de ese debate, hay una realidad incontestable: la belleza de Cuba sigue intacta.
El malecón, los atardeceres en Viñales, la calma de Trinidad o el azul imposible de Cayo Largo… todo sigue ahí, esperando. El problema nunca ha sido el paisaje. Ha sido la gestión.
¿Se avecina realmente un boom turístico en Cuba?
No hay una respuesta absoluta, pero sí una sensación que empieza a flotar en el aire. Cuba ha tocado fondo en muchos sentidos, y cuando un país toca fondo, solo queda una dirección posible: hacia arriba.
Tal vez no sea un boom inmediato, pero sí un renacer turístico, una oportunidad de reconstruir desde lo humano, desde lo auténtico. Y si ese cambio llega, será gracias a la mezcla de pasión local y talento extranjero, como el de Sonia Giménez Baraja, que ha aprendido a enseñar con una copa de vino en la mano y una sonrisa entre apagones.
Conclusión: el alma no se apaga
Cuba podría vivir un boom turístico a finales de año, sí. Pero no será solo por sus playas, ni por sus hoteles, ni por las inversiones extranjeras. Será por su gente. Por esa capacidad tan cubana de resistir, improvisar y volver a empezar cada día con una sonrisa que no se compra ni se entrena.
Como dice Sonia:
“Aquí uno aprende a valorar lo esencial. Y lo esencial, al final, siempre atrae.”
Y tú, ¿crees que Cuba está lista para renacer turísticamente?.¿O piensas que aún falta algo más que visitantes para que la isla vuelva a brillar?.

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