Yo nací oyendo que la Revolución escucha —o por lo menos lo dice—, pero lo que vimos este fin de semana fue otra versión de aquella máxima: Díaz-Canel admitió reclamos en Cuba, pero dejó claro que “nadie puede cerrar una calle”.

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Para quienes están dentro de la isla, esta frase retumba como un eco: “sí, que te quejes, pero no en la calle; que protestes, pero donde yo lo permita; que hables, pero solo en lugares institucionales”. Es una advertencia disfrazada de reconocimiento.

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Entre la basura que huele y el agua que no llega
El contexto es tan brutal que ni con poesía se suaviza: en La Habana —y en muchas provincias— el pueblo vive con basura acumulada, apagones que duran horas y días enteros, y redes de agua que funcionan a ratos —o no funcionan.
Uno camina por los barrios y ve carros recolectores paralizados por falta de combustible o por el desgaste mecánico. En callejones de Centro Habana han aparecido vertederos improvisados. Vecinos comparten fotos y videos en redes sociales: basura saliéndose de los contenedores, roedores correteando entre cartones y olores punzantes que ya no se disimulan.
El problema energético agrava todo: con esos apagones diarios —que en la capital rondan las diez horas, y en provincias pueden superar las veinte— se interrumpe el bombeo de agua; los equipos se averían con la tensión inestable.
El gobierno reconoce que “los problemas son de envergadura” y que “no se resuelven en un fin de semana”. Pero esas frases vacías no limpian la basura ni llenan cisternas.
“Legítimos”, pero solo donde el poder lo diga
Díaz-Canel dijo claramente que los reclamos son legítimos —una frase que muchos esperaban escuchar—, pero con una condición: deben canalizarse “en los lugares establecidos: el Partido, las instituciones del Gobierno y del Estado”.
Y remató con algo que suena a línea roja: “nadie está autorizado a cerrar una vía pública”.
¿Quiere decir eso que una protesta espontánea —un bloqueo en una calle que nadie usa, un cacerolazo vecinal en la noche— estará fuera de la “legitimidad”?. Sí. O al menos eso es lo que implican estas palabras.
Un usuario en redes reflexionó con ironía:
“Entonces se puede protestar frente a la Plaza de la Revolución, ¿no van a reprimir ni a meter preso a nadie?”
Ese tipo de comentarios no salen de la nada: salen del cansancio, del hambre, del polvo, de la sed. Salen del que ha vivido apagones y se quedó sin agua en medio de la noche. Salen del que tiene el termo encendido con un candado, porque nadie entra. Se hartaron.

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Control, advertencias y una lógica peligrosa
Lo que se puso sobre la mesa no es sólo una convocatoria al orden: es una advertencia. Se han activado equipos del Partido, del MININT, de las Fuerzas Armadas para “responder” a las calles. Se ha pedido monitorear locales privados para que no excedan su consumo eléctrico; se amenaza con cerrarlos si lo hacen.
Esa lógica lo tiene todo: el canal oficial para reclamar, la amenaza velada de sanción si se desafía ese canal, y la advertencia de que la calle está reservada para los desfiles estatales o para nada.
Para colmo, algunos medios oficiales dan titulares del estilo “Díaz-Canel admite reclamos… pero advierte: nadie puede cerrar una calle”.Esa nota “pero advierte” es clave: restar valor al reclamo mediante la amenaza.
¿Y la visión de AKubaa en todo esto?. Pues no puedo ser neutral con ese guión: me niego a creer que la voz del pueblo debe tener que suplicar permiso para escucharse. Me niego a que un reclamo se convierta en delito.
Cuba y su diáspora: puentes de dolor, memoria y coraje
Desde Miami, Hialeah, Tampa, España, México y otros rincones donde vive la diáspora cubana, esa noticia retumba como un puñetazo en el pecho. Quienes tuvimos que salir vemos lo mismo que los que quedaron: el deterioro, la agonía cotidiana, la humillación de tener que mendigar lo básico.
“Los que están allá luchando ahora tienen que saber que no están solos”, me escribió una amiga desde Madrid: “Yo les canto Patria y Vida desde mi ventana cada día, aunque estemos lejos”.
Allá en Cuba digo lo mismo: no dejes que te digan que tus pasos por la calle deben tener permiso. Que tu voz no descanse. Que tus reclamos nacieron antes que cualquier decreto.
Si alguien piensa que los cubanos emigramos por gusto, está mintiendo. Nos vimos obligados. Y desde cualquier rincón donde esté la diáspora, nuestra mirada vuelve con rabia al Malecón, a Centro Habana, a los barrios sin agua, las avenidas sin alumbrado, las esquinas sin esperanzas.
El umbral de lo prohibido: ¿se puede volver octubre de 2025 un nuevo “11-J”?
El 11 de julio de 2021 (el famoso “11-J”) fue un punto de no retorno: miles salieron espontáneamente en toda Cuba para demandar libertad, alimentos, justicia. Desde entonces, el gobierno siempre ha vivido con miedo al “efecto contagio” de una protesta nacional.
Ahora, con el malestar profundizándose, con apagones crónicos, con agua que no llega, con basura patógena en las calles, los ciudadanos están tocando ese límite invisible. Y al poder le pesa el miedo: “nadie puede cerrar una calle” no es sólo un mandato, es un cerco psicológico: “cruza la raya y respondes”.
Lo que estamos viendo es una guerra de agotamiento: la población contra el sistema, el individuo frente al aparato. Y mientras tanto, los discursos oficiales insisten en que todo debe pasar por “las instituciones”. Pero esas instituciones son parte del silencio.
Conclusión y llamado a debatir en AKubaa
Este episodio —que Díaz-Canel admita reclamos pero los limite a calles invisibles— no es un deslize ni un error de forma. Es un mensaje estratégico: reconocer el malestar sin perder el control. Reconocer la urgencia, pero dictar los límites. Reconocer al pueblo, pero silenciarlo.
Mi pregunta final: ¿puede el pueblo cubano obligar al sistema a escucharlo cuando ese mismo sistema define dónde y cómo puede hacerse escuchar?.
En AKubaa queremos que esa pregunta no quede en el aire. Te invito a dejar tu voz aquí debajo, en los comentarios, en nuestras redes: cuéntanos qué significa protestar para ti, si crees que la calle debe ser libre para reclamar, y cómo conectar las luchas dentro de Cuba con las de la diáspora.
Que esto no termine con frases huecas ni con titulares que digan “admite reclamos” pero escondan amenazas. Que termine con conciencia, con unidad, con la calle —cuando la calle sea de quien la habita, no de quien la controla.

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